dijous, 18 de març del 2010

Antonio Cándido Franco


LA RAYA DE PAPEL ANTÓNIO CÀNDIDO FRANCO ESCRITOR Y PROFESOR
Creo en la unidad política de la Península a partir del reconocimiento de sus diferencias.

Nos dará la posibilidad de crear un gran bloque mundial de origen ibérico, centrado en el Atlántico, en el África lusófona y en América», afirma
.

António Cândido Franco nació en Lisboa en 1956 y es profesor de Cultura Portuguesa en la Universidad de Évora. Poeta, novelista y crítico literario, en pocas obras como en la suya encontramos una reinterpretación de la historia de la Península Ibérica desde una perspectiva mítica, que une a partes iguales historia y magia.

- ¿Qué significa para usted España?
- España es bifronte. Hay dos Españas. La primera es el resultado de la boda de Isabel de Castilla, hermana de Henrique IV, con Fernando de Aragón en 1469. Es la España histórica, la que heredó el supuesto visigótico de que sin unidad religiosa no puede haber unidad política. La expulsión de los judíos pudo coincidir con la conquista de Granada, seguida casi inmediatamente por la anexión del reino de Navarra. El violento y atávico principio unificador de los padres fundadores de la nueva nación fue después ampliado a nuevas esferas por Carlos de Habsburgo, sobre quien recayó la herencia de sus abuelos. Y lo que aquí se dice de Carlos de Habsburgo, debe después decirse de Felipe de Borbón. La España histórica nació con la necesidad de forzar, desde el centro, la unidad peninsular. He aquí su error histórico. La segunda España es el fruto de la resistencia a este entuerto. Comenzó con el levantamiento mítico de las Comunidades y de las Germanias, que se revelarían contra la idea de que España se haría por el autocratismo imperial de la mentalidad germánica. Continuó en el sebastianismo que llevó a la ruptura de la unión peninsular con la sucesión portuguesa de 1640 y en el localismo que dio la sublevación de Cataluña el mismo año contra la política centralista de los Habsburgo de su ministro Olivares. Reapareció por momentos en la Guerra de Sucesión del siglo XVIII, para renacer con fuerza a finales de la primera mitad del siglo XIX, con las ideas soberbias de Pi i Margal. Es la España ideal, capaz de federar las diferencias sin anularlas, la España que aún está por hacer, pero que brilla en el cielo de nuestro pensamiento como una estrella en el firmamento. Sin esa luz, sin ese ideal que alimente la realidad con el sueño, somos sólo la ceniza de un incendio, sin alma ni futuro.

- ¿Qué ha sido lo mejor y lo peor de su contacto con España?
- Amo a España como amo a mi familia. No me repugna decir que España, la segunda España, es mi verdadera patria. Portugal es sólo mi jardín y la Europa de más allá de los Pirineos, la Europa que se prolonga hasta la estepa asiática, es mi continente ignorado, vecino pero desconocido. Mi patria es la España ideal, capaz de federar todas las naciones históricas que nacerían en la Península y en ella convivirían hasta la unidad forzada de los Habsburgo. No siendo ni queriendo ser español, soy sin embargo más hispánico que portugués. De igual modo, teniendo en mí una parcela de Europa, soy aún más africano y americano que europeo. África y América son la fachada principal de mi patria ideal, mientras que Europa y Asia son sólo su parte trasera. Por eso siempre me sentí en casa en todos y cada uno de los rincones de España que tanto visité y que tantos y tantos son; en todos ellos siempre fui recibido como un hermano o como un hijo pródigo, que regresaba a casa después de muchos años de separación. En todos ellos reconocí a cada momento, más allá de la historia, deslumbrado y agradecido, mi patria perdida e ideal.

- ¿Cuál cree que debe ser el papel de Extremadura como región fronteriza?
- Extremadura, igual que Galicia, está teniendo un papel extraordinario en la creación de la segunda España, aquella que es nuestra casa común. Ayudar a reconfigurar otro tejido de relaciones entre Portugal y sus regiones vecinas tiene un significado trascendental para nuestro sueño. Además de los resultados inmediatos, este nuevo tejido va a servir de imagen ejemplar a otros lugares de la Península, donde los conflictos lingüísticos, históricos y culturales son tanto o más intensos que en la línea del Guadiana o, de otro modo, en la del Miño.

- ¿Cuáles son sus principales proyectos y retos, de cara al futuro, en su relación con España?
- Soy un iberista convencido, un lector maravillado de Pi i Margal. Creo en la unidad política de la Península a partir del reconocimiento de sus diferencias. Cuanto más reconozca la España histórica sus nacionalidades anteriores, más posibilidades habrá de crear un efectivo y duradero lazo de solidaridad entre ellas. Soy optimista en este aspecto. Veo en las actuales autonomías el primer paso para una futura recomposición de la España histórica, que le haga justicia a la España ideal. Después de esa recomposición, Portugal entrará, emocionado y determinado, con los brazos abiertos, en la nueva federación de las naciones ibéricas. La unión política de la Península nos dará la posibilidad de que realicemos en conjunto aquello que no supimos, ni pudimos, en el oscuro tiempo de los Habsburgo: la creación de un gran bloque mundial de origen ibérico, centrado en el Atlántico, en el África lusófona y en América, en la que va de México a la Patagonia, donde se habla castellano y portugués. Este nuevo lugar deberá representar en el próximo siglo, que será el siglo clásico de los grandes espacios, una alternativa a los valores dominantes, materialistas y consumistas.

Será un bloque mundial dirigido hacia los valores del espíritu y de la fraternización, capaz de guiar el mundo hacia una nueva Edad de Oro. Seremos, si aspiramos a ello, los herederos de Magalhães, ese magnífico símbolo de Portugal puesto al servicio de la Península. Basta desear, ahora con la determinación de los valores sociales, el sueño que él quería y que consiguió. Triste, apagado, indecoroso será nuestro sitio entre los hombres si somos sólo la fría ceniza de nuestros grandes antepasados.

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